De Paul Johnson, La historia de los judíos (Vergara,
Barcelona, 2005), pp. 695-697
EPÍLOGO
En su obra Antigüedades judaicas Josefo describe a Abraham
como "un hombre muy sagaz" que tenía "unas ideas sobre la virtud
superiores a las de otros de sus contemporáneos". Por consiguiente,
"decidió modificar completamente las opiniones que todos ellos tenían
acerca de Dios". Un modo de resumir cuatro mil años de historia judía
consiste en preguntarnos cuál habría sido la suerte de la raza humana si
Abraham no hubiese sido un hombre muy sagaz, o si hubiese permanecido en Ur y
reservado para sí sus ideas superiores, y no hubiese existido un pueblo
específicamente judío. Ciertamente, sin los judíos el mundo habría sido un
lugar radicalmente distinto. La humanidad tarde o temprano hubiera llegado a
descubrir todas las ideas judías, pero no podemos tener la certeza de que
hubiera sido así. Todos los grandes descubrimientos conceptuales del intelecto
parecen obvios e inevitables una vez revelados, pero se necesita un genio
especial para formularlos por primera vez. Los judíos tienen ese don. Les
debemos la idea de la igualdad ante la ley, tanto divina como humana; de la
santidad de la vida y la persona humana; de la conciencia individual y, por lo
tanto, de la redención personal; de la conciencia colectiva y, por lo tanto, de
la responsabilidad social; de la paz como ideal abstracto y del amor como
fundamento de la justicia, así como muchos otros aspectos que constituyen la
dotación moral básica de la mente humana. Sin los judíos, ésta habría podido
ser un lugar mucho más vacío.
Sobre todo, los judíos nos enseñaron el modo de racionalizar
lo desconocido. El resultado fue el monoteísmo y las tres grandes religiones
que lo profesan. Casi sobrepasa nuestra capacidad imaginar cuál habría sido el
destino del mundo si ellos nunca hubiesen existido. Tampoco puede decirse que
la penetración intelectual en lo desconocido se detiene en la idea de un Dios.
En efecto, el propio monoteísmo puede interpretarse como un hito en el camino
que conduce a la gente a prescindir por completo de Dios. Los judíos, primero,
racionalizaron el panteón de ídolos y los convirtieron en un Ser Supremo;
después, iniciaron el proceso de suprimir a Dios racionalizándolo. En la
perspectiva final de la historia, Abraham y Moisés pueden llegar a parecer
menos importantes que Spinoza, pues el influjo de los judíos sobre la humanidad
ha sido proteico. En la Antigüedad fueron los grandes innovadores de la
religión y la moral. En la Alta Edad Media europea eran todavía un pueblo
avanzado que transmitía el conocimiento y la tecnología. Gradualmente fueron apartados
de la vanguardia y se rezagaron, hasta que a fines del siglo XVIII se los vio
como una retaguardia harapienta y oscurantista en la marcha de la humanidad
civilizada. Pero entonces sobrevino una asombrosa y segunda explosión de
capacidad creadora. Salieron de sus guetos, y de nuevo transformaron el
pensamiento humano, esta vez en la esfera secular. Gran parte de la dotación
mental del mundo moderno pertenece también a los judíos.
Los judíos no sólo fueron innovadores. También fueron
ejemplos y paradigmas de la condición humana. Parecía que presentaban con
claridad y sin ambages todos los dilemas inexorables del hombre. Fueron los
"forasteros y viajeros" por antonomasia. Pero ¿no compartimos todos
esa condición en este planeta, donde a cada uno se nos concede apenas una
estancia de setenta años? Los judíos han sido el emblema de la humanidad
desarraigada y vulnerable. Pero ¿acaso la tierra entera es algo más que un
lugar de tránsito provisional? Los judíos han sido fieros idealistas que
buscaron la perfección, y al mismo tiempo hombres y mujeres frágiles que
ansiaban la abundancia y la seguridad. Querían obedecer la ley imposible de
Dios, y también buscaban conservar la vida. Ahí está el dilema de las
comunidades judías de la Antigüedad, que trataban de combinar la excelencia
moral de una teocracia con las exigencias prácticas de un estado capaz de
defenderse. El dilema se ha repetido en nuestro propio tiempo en la forma de
Israel, fundado para realizar un ideal humanitario, y que ha descubierto en la práctica
que necesita mostrarse implacable si quiere sobrevivir en el mundo hostil. Pero
¿acaso éste no es un problema recurrente que afecta a todas las sociedades
humanas? Todos queremos construir Jerusalén. Parece que el papel de los judíos
es concentrar y dramatizar estas experiencias comunes de la humanidad, y
convertir su destino particular en una moral universal. Pero si los judíos
asumen este papel, ¿quién se los asignó?
Los historiadores deben evitar la búsqueda de esquemas
providenciales en los hechos. Es demasiado fácil encontrarlos, pues somos
creaturas crédulas, nacidas para creer y dotadas de una imaginación poderosa
que fácilmente reúne y organiza los datos para adaptarlos a un plan
trascendente cualquiera. Sin embargo, el escepticismo excesivo puede originar
una deformación tan grave como la credulidad. El historiador debe tener en
cuenta todas las formas de la prueba, incluso las que son o parecen ser
metafísicas. Si los primitivos judíos fueran capaces de analizar, con nosotros,
la historia de su progenie, no hallarían en ella nada sorprendente. Siempre
supieron que la sociedad judía estaba destinada a ser el proyecto piloto de
toda la raza humana. A ellos les parecía muy natural que los dilemas, los
dramas y las catástrofes judíos fueran ejemplares, de proporciones exageradas.
En el curso de los milenios, que los judíos provocasen un odio sin igual,
incluso inexplicable, era lamentable pero de esperar. Sobre todo, que los
judíos sobreviviesen, cuando todos los restantes pueblos antiguos se habían
transformado o desaparecido en los entresijos de la historia, era completamente
previsible. ¿Cómo podía ser de otro modo? La providencia lo decretaba, y los
judíos obedecían. El historiador puede decir: no hay nada a lo que pueda
denominarse providencia. Quizá no. Pero la confianza humana en esa dinámica
histórica, si es intensa y lo bastante tenaz, constituye en sí misma una fuerza
que presiona sobre el curso de los hechos y los impulsa. Los judíos han creído
que eran un pueblo especial, y lo han creído con tanta unanimidad y tal pasión,
y durante un periodo tan prolongado, que han llegado a ser precisamente eso. En
efecto, han tenido un papel porque lo crearon para ellos mismos. Quizá ahí está
la clave de su historia.